¿Adónde van los patos cuando el lago se hiela en invierno, Lady Bird?

Foto: https://www.vanityfair.com

Alguien, no sé quién, no recuerdo ahora su nombre, dijo que, a estas alturas del curso de la humanidad, todas las historias ya están contadas y, por lo tanto, lo único que una persona puede hacer es contar todas esas historias de forma diferente. Lady Bird, el magnífico filme de Greta Gerwig, cuadra perfectamente con esa sentencia. Al amparo de la maravillosa, profunda y, a la vez, transparente interpretación de la joven Saoirse Ronan, la hasta ahora actriz y guionista nacida en Sacramento ha logrado con su debut en solitario en la dirección un honesto, respetuoso, sincero e inteligente ejercicio narrativo sobre el mundo actual que deja en el espectador, al final, un poso de tierna nostalgia. Sarcástica y conmovedora, Lady Bird no es más que otra película sobre sentimientos universales de sobra sabidos por todos: el paso de la infancia a la madurez, las relaciones paternofiliales, la necesidad de pertenecer a un sitio y, al mismo tiempo, volar hacia la libertad. En esencia, es, como dijo aquella persona de la que no recuerdo su nombre, la historia que nos han contado una y otra vez, pero contada ahora de forma diferente. La misma fórmula de siempre, en definitiva, cocinada según las anotaciones de una nueva receta (y también, hay que destacarlo, con una visión femenina y feminista, una circunstancia que, en un año marcado por el escándalo Weinstein, se antoja todavía más necesaria).

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