(Foto: Gonzalo Arroyo Moreno - GYI/http://www.mundodeportivo.com/index.html)
En apenas veinte minutos, Pepe, Diego Costa, Arbeloa, Sergio
Ramos o Godín ya habían reproducido todas las escenas de ‘El club de la lucha’.
Hubo tantos penalties y expulsiones, patadas por la espalda, pisotones y
caricias asesinas, que el árbitro prefirió
inhibirse por miedo a tener que dejar el silbato y ponerse a correr detrás de
la pelota vestido de blanco por falta de efectivos. Era un derbi en una
semifinal copera y la intensidad se presupone de antemano.
Precisamente, desde la intensidad ganó el Real Madrid.
Igualó la entrega tradicional del conjunto de Simeone y creció desde la
posesión y la paciencia. También le ayudó la suerte, una extraña suma de
factores que suele aliarse con los vencedores y con la gente que la busca
fehacientemente. Gabi y Koke naufragaron en la medular de un equipo rojiblanco
que no encontró la pausa de Diego, el desborde de Arda ni el gol de Costa,
perdido en la lucha antiestética del que prefiere el lodo cuando tiene
condiciones innatas para destacar sobre la alfombra roja. Será por una cuestión
de filosofía de barrio, habrá que suponer.
La capacidad de amoldarse a cada situación del Real Madrid
de Ancelotti es una poderosa arma competitiva. Con los laterales volcados en la
línea ofensiva, Xabi Alonso y Modric buscan con tranquilidad la vía ofensiva
adecuada. Ayer eran las espaldas de los laterales rojiblancos, sobre todo la de
Insúa, superado exponencialmente por la explosividad de Jesé; pero el primer
gol vino marcado por la anarquía de Di María. Su pase dejó solo a Pepe en la
frontal del área y al central portugués se le pasó por la cabeza hacer una
entrada de tijera, mandar el balón al Paseo de la Castellana o disparar a
puerta. Optó por chutar, la vía de escape del que se encuentra lejos de su
hábitat natural, y el esférico se encontró con el cuerpo de Insúa para desviar
su trayectoria y llegar a la red. Ese tanto fue una predicción antes de hora:
la suerte del Atleti en el partido sólo hubiera cambiado si el cabezazo de
Arda, allá por el minuto 12, no se hubiera topado con la colocación de Iker
Casillas.
Tras la reanudación, el Atleti no compareció, porque no
tenía nada que demostrar: cuando con el balón eres netamente inferior a tu
rival y encima tus adversarios igualan tu entrega imbuidos por el extraño
recuerdo de un portugués que se fue a vivir a Londres, lo único que te queda es
confiar en una derrota mínima y en indios gritando sobre sus caballos en las
praderas del Manzanares seis días después. Sin el esférico, sin capacidad de robo,
sin velocidad para contraatacar y sin ambición, los de Simeone se encontraron
con el segundo gol local: Jesé fue el único que desafió a la estática, Di María
dibujó el pase entre las piernas de los rivales y el canario acarició con la
punta de la bota el esférico para superar a Courtois. El canterano madridista
lleva tantos años llamando a la puerta del estrellato que a nadie le extraña ya
que haya terminado por derribarla.
De ahí al final, el Atleti contó con la vida extra que siempre
se le concede al defensor del título. La gastó en un remate de cabeza de Godín
en un saque de esquina, que se topó bajo
palos con Modric. La suerte, en definitiva, estaba por Chamartín y más cuando
Di María se hizo con un rechace y disparó a puerta desde la frontal. El balón
tocó en Miranda para terminar de nuevo en la portería y desconcertar por
enésima vez a Courtois, que pasó toda la noche en vela contando defensas en vez
de ovejas.
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