(Foto: Luis Polo -Mariano Viejo-/http://www.deportivoguadalajara.es/)
Enrique González Casín ‘Quique’ (1990, Valladolid) llegó
este periodo estival al Deportivo Guadalajara con dos años de retraso y a una
categoría deportiva inferior. En el verano del 2011, con el equipo alcarreño
recién aterrizado por primera vez en su historia en Segunda División, Quique ya
estuvo subrayado en la agenda de fichajes del Dépor. El delantero pucelano, que
había debutado en el conjunto vallisoletano la temporada anterior en la Liga
Adelante (158 minutos en seis encuentros, uno de ellos de titular, y otro
choque más copero), no tenía plaza en un equipo recién ascendido a Primera
División y necesitaba seguir formándose para demostrar todo el potencial que se
vislumbraba desde que con 17 años ya estuviera jugando en el filial
blanquivioleta. Quique era del agrado de la dirección deportiva y el cuerpo
técnico deportivista, las relaciones entre ambos clubes eran inmejorables y el
Pedro Escartín parecía el sitio adecuado para que el vallisoletano saliera
cedido en busca de crecimiento deportivo. Sin embargo, la cesión no se
materializó finalmente y Quique, previo paso por la UD Logroñés, tuvo que esperar
dos años más para llegar al Dépor tras desvincularse del Real Valladolid, con
el que le quedaba un año de contrato más.
Quique, un viejo anhelo de los morados, constante que se
repite en bucle con numerosos futbolistas en la política de fichajes durante la
última década del Deportivo Guadalajara; llegó en verano a un conjunto
totalmente remozado. Tras el varapalo sufrido por el descenso administrativo y
la aparición de la melancolía, el Dépor Guada, sin rodaje y con una plantilla completamente
nueva, optó por ser fiel a su filosofía ambiciosa: puede que nadie crea en
nosotros, pero nuestro objetivo es regresar a Segunda División, dijeron en el
club de la ribera del Henares. Y Quique entendió el mensaje a la perfección:
con goles. Quizá también con sonrisas.
No en vano, el impacto goleador del delantero vallisoletano
en las quince jornadas que se llevan disputadas no debe pasar desapercibido: Quique
ha marcado en el 66% de los encuentros disputados por su equipo y ha convertido
el 45% de los goles anotados por los jugadores de Salvachúa. Diez tantos en
quince encuentros que, lejos de esconderse en la onanista estadística de
cualquier futbolista, se traducen en puntos claves para su equipo: de sus diez
tantos, tres supusieron el triunfo definitivo de su equipo (ante el Almería B,
el Palo y el Granada B) y otro significó el empate (ante el Cartagena). Y los
goles del vallisoletano también son valiosos en el transcurso del juego: cuatro
de ellos fueron tantos que supusieron que se abriera el marcador del partido
(dos de ellos los marcó en el primer minuto de juego), mientras que otros dos
formaron parte de remontadas alcarreñas (ante el Albacete anotó el 3-2 y contra
La Roda el 1-1). De hecho, únicamente su segundo tanto ante el Córdoba B, el
2-0, no encuentra incidencia directa con el resultado final de un partido en
forma de puntos.
Zurdo pero no exento de calidad en su pierna derecha, Quique
rompe con el molde de goleador que ha acostumbrado a tener el conjunto
deportivista desde la llegada de Miguel Ángel Marín en la cada vez más lejana
Tercera División (tan sólo la imponente irrupción de Gustavo Souto en la
campaña 2009/2010 hasta su lesión es comparable a la actual de Quique en estilo
de juego). Marín, viejo zorro del balompié al igual que su antecesor Damián,
era un killer del área que inauguró una estela de oportunismo a puerta que
siguieron en mayor o menor medida jugadores como Pelegrín, Villa, Lambarri, Juanjo,
Azkorra, Kepa o ahora mismo Toledo. Siempre acompañados por delanteros con una
mayor movilidad ofensiva en la línea de tres cuartos y no exentos en la capacidad
de lucha (Alain Arroyo como paradigma) que en determinados casos también se
convirtieron en goleadores, por ejemplo Nel, Alejandro o Aníbal. Sin embargo,
Quique aúna ambos conceptos de ariete, lo que le convierte sin reducir su
capacidad final tanto en un delantero centro como en un segundo delantero
(incluso, Salvachúa, pese a que se minimiza su incidencia en el juego, le está
utilizando ahora en el extremo derecho para aprovechar sus diagonales y su
potente disparo con la pierna izquierda). Y es que pese a sus 175 centímetros
de altura, Quique no rehúsa al encontronazo con el defensa y, gracias a su
capacidad para proteger el balón con su cuerpo, termina siendo vencedor en un alto
porcentaje de disputas. Quizá puede servir de ejemplo el tanto que marcó en el
minuto 82 en la victoria del Dépor Guada ante el Granada B: tras un pase en
largo de Espín, Quique orientó el balón con la testa para terminar batiendo al
portero granadino con su pierna derecha. Recursos de delantero de área para un
jugador veloz que se encuentra más cómodo fuera de ella, en busca del desmarque
en el filo de la línea defensiva.
Y es que sin duda las virtudes ofensivas de Quique le
convierten en un molde nuevo de goleadores en la historia reciente del
Deportivo Guadalajara. A su velocidad, calidad, capacidad de regate, filosofía
asociativa, presión o potencia de disparo, hay que añadir la imaginación y el
oportunismo, virtudes inherentes a todos los futbolistas que en lugar de sangre
por sus venas corre el gol. No en vano, algunos de sus tantos sirven para
ilustrar su desarrollo imaginativo con la portería. Como el que abrió el curso competitivo en el
Escartín ante el Almería B, en una falta lateral directa que terminó en gol con
un disparo que sólo él visualizó. O como el que le marcó a Dorronsoro en el
campo del Albacete, casi sin ángulo y a la media vuelta, pero con la
inteligencia del que sabe que ésa era la única manera para poder anotar el
tanto.
Así es Quique, el nuevo ídolo de la afición deportivista. El
goleador morado que rompió el molde establecido. Un jugador de imparable
disparo al que se le queda pequeña la categoría. Tal vez con sus goles el
Deportivo Guadalajara también consiga salir de ella.
Comentarios
Publicar un comentario