Minuto 116


“Porque el éxito no sirve de nada si no lo puedes compartir con tus seres queridos”.

(‘La gran familia española’, escrita y dirigida por Daniel Sánchez Arévalo).


Me imagino que todos os acordáis de dónde visteis por primera vez la película ‘Siete novias para siete hermanos’. En mi caso, fue en el salón de la casa de mis abuelos maternos cuando tenía seis o siete años de edad. Me imagino también que todos os acordáis de dónde visteis la final del Mundial de Sudáfrica 2010. Yo quedé con mis amigos de toda la vida en el garaje de la casa de los padres de mi amigo que más odia el fútbol y, con un proyector y una pared blanca, montamos una pantalla gigante de lado a lado. Recuerdo el calor que había en esa habitación y la felicidad espontánea y compartida que se produjo en esos metros cuadrados en el minuto 116 de ese encuentro. Supongo que en los metros cuadrados de la casa de al lado pasaría lo mismo, porque, después del partido cuando fui a un bar a tomar una cerveza con otros grandes amigos, mi amigo Richi, con los ojos vidriosos y la cara completamente pintada pese a sus más de cuarenta años, sólo me decía una frase: “Soy campeón del mundo”. Yo le preguntaba por el encuentro y él me respondía: “Soy campeón del mundo”. Yo le preguntaba por su mujer y él me respondía: “Soy campeón del mundo”. Yo le preguntaba por el trabajo y él me respondía: “Soy campeón del mundo”. Creo que si le hubiera preguntado que si le hubiera gustado enrollarse esa noche con Hillary Swank, él me habría contestado también: “Soy campeón del mundo”.


Los goles deberían formar parte de la medicina moderna: tienen capacidad curativa. Algún jugador mete un balón dentro de una red e instantáneamente y durante unos preciados segundos el mundo deja de ser la mierda que es. Nos abrazamos a desconocidos, lloramos y reímos a la vez, gritamos como si no existiera el mañana y nos movemos, posiblemente a cámara lenta y con música de Josh Rouse, por una extraña fuerza de amor. Es una situación que trasciende a la lógica, que únicamente se puede entender en una dimensión desconocida de ‘buenrollismo’ vital. Corta y eterna. Individual y colectiva. Más allá de cualquier tipo de entendimiento ético o filosófico.

A veces, la sensación placentera que acompaña a un gol también puedes encontrarla en algunas películas. Son películas que, por circunstancias personales o la coyuntura histórica de una determinada época, atraviesan los parámetros del simple disfrute ocioso para convertirse en referentes emocionales de tu personalidad, en goles inolvidables en el minuto 116 de la final de un Mundial. Por ejemplo, ‘Beautiful girls’, una película de treintañeros con miedo a crecer, fue la película de mi adolescencia porque yo siempre fui así de gilipollas. Por ejemplo, ‘Los Goonies’ fue la película de mi niñez porque siempre quise ser un pirata, mientras que ‘El club de la lucha’ marcó mi camino hacia la vida adulta porque cada día de mi existencia tengo que recordarme que siempre hay que seguir peleando. Todas ellas para mí son goles por la escuadra, una sucesión de regates desde el centro del campo que acaban con una vaselina ajustada al palo de brazos que se entrelazan.

Supongo que un desempleado como yo no tiene que decirle a nadie cómo se siente uno al estar en el paro, qué es lo que piensa al acostarse o cuál es su estado de ánimo cada mañana al levantarse. Hace unos días vi ‘La gran familia española’ y desde que salí del cine ésta se convirtió en mi gol de Iniesta, en la película de mi vida en este periodo de crisis. No me avergüenza decir que me reí mucho, pero que también lloré. Porque no creo que fueran lágrimas de tristeza por culpa de esta crisis en la que “como usted bien sabe, lo sabemos todos, (…) no nos engañan los políticos por mucho que quieran” o de melancolía al sentir que es muy probable que nunca más en mi vida consiga trabajar de periodista. Estoy seguro de que fueron lágrimas de alegría, la de la “España que coge y de repente se folla a Alemania con un golazo de Torres”. La de la España que no mira al pasado como esa época maravillosa que nunca más va a regresar, sino que lo hace para guardar en su mente para toda la vida con una sonrisa los recuerdos que le hicieron feliz con sus seres queridos.
          

Estoy hasta los cojones de la crisis, pero al menos la crisis me ha servido para darme cuenta una vez más de que lo único que importa en esta vida son las personas. Las que están cerca y las que están lejos. Las que estuvieron y las que siguen estando. Gracias por recordármelo de nuevo, Daniel Sánchez Arévalo. Al igual que con un gol, a veces todos los espectadores de una sala de cine deberíamos abrazarnos, llorar y reír a la vez y gritar cuando acaba la película.

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