Diferentes



Alba Torrens es una jugadora de básket diferente. Pese a sus más de 190 centímetros de altura, domina el balón con maestría y, en el uno contra uno, hace cabriolas a sus marcajes hasta que éstas se caen al suelo hastiadas o le rinden tributo con una reverencia y camino libre hacia la canasta. Porque Torrens es imparable. Entiende el baloncesto a una única velocidad, al galope, de cero a cien en un segundo, y va dejando rivales por el suelo en carreras supersónicas que parecen pasos de ballet, pero que son ataques de artillería. Poesía coreografiada con instinto asesino.

Sancho Lyttle es una jugadora de básket diferente. Intensa en su zona, alarga sus brazos para alcanzar todos los rechaces y para anticiparse a sus rivales y robarles el balón. No se recordaba un ladrón tan elegante desde Arsenio Lupin. Una elegancia que Lyttle transmite en ataque: sin rehusar el cuerpo a cuerpo, ella prefiere salir a cinco metros para lanzar a canasta. Todos sus lanzamientos entran limpios en el aro. Lanzar a tablero sería demasiado antiestético para una ladrona de guante blanco.

Marta Xargay es una jugadora de básket diferente. La goma de su coleta permanece inalterable al paso del tiempo. Porque a Xargay le echan gasolina en su motor diésel en el calentamiento y su rendimiento es ejemplar hasta el momento en el que los bedeles apagan las luces del pabellón cuando ya todos están durmiendo en sus casas. Aunque pongan la repetición a cámara lenta, los músculos faciales de Xargay nunca se mueven. Porque ella es una autómata que lo hace todo bien. Defender a la estrella rival. Coger ese rebote decisivo. Anotar el triple que empieza la remontada. Entrar a canasta cuando se acaba la posesión. Xargay es la jugadora de equipo que todos los conjuntos del mundo querrían tener antes incluso de que alguien dijera que todos los conjuntos del mundo tienen que tener un jugador de equipo. 

Silvia Domínguez es una jugadora de básket diferente. Salta a la pista y la imaginación deja de estar en huelga. Domínguez invoca a sus musas y encuentra entre el hormigón defensivo el pase que todos los arquitectos pasaron por alto. En el espacio que ellos vieron una nave industrial, ella imaginó la Torre Eiffel. Y, mientras la construía, Domínguez todavía tuvo tiempo para sortear gigantes que se apartaron mientras ella enfilaba a canasta. Quizá, después de todo, Quijote no estaba tan loco.

Laia Palau es una jugadora de básket diferente. Cuando sale a la cancha, la base rival implora a su técnico quedarse en el banquillo. Porque Palau es una lapa, una especie de diosa Kali de seis brazos, que siempre consigue quitarte el balón y dejarte en ridículo. Palau vence a sus rivales por desesperación. Las cansa en la subida del esférico y aparece en ataque por sorpresa, libre de marca, para regalar el pase definitivo o lanzar el triple que te atormenta. Pura alquimia. Pura inyección letal.  

Cristina Ouviña es una jugadora de básket diferente. No sólo juega para ganar, sino que juega para sonreír. Como a los niños que se les hace de noche jugando uno contra uno en el patio del colegio, Ouviña tiene el necesario don de disfrutar del baloncesto hasta en una final de un Eurobásket. Por eso, cuando inicia un contraataque, sonríe. Por eso, cuando anota un lanzamiento de tres desde la esquina, sonríe. Por eso, cuando saca una falta de ataque, sonríe. Por eso, cuando llega al banquillo en un tiempo muerto, sonríe. Y esa sonrisa tiene efectos maquiavélicos para sus rivales: ellas también quieren sonreír, pero no lo logran entre tantos charcos de sudor y frustración.  

Laura Gil, Cindy Lima y Laura Nicholls son unas jugadoras de básket diferentes. Cualquiera que sea capaz de defender a Yacoubou lo es. Porque, mientras Laura Gil busca la entrada a aro pasado tras recibir de espaldas, Cindy Lima siempre está en la posición correcta para coger el rebote y Laura Nicholls cierra los ojos y respira al lanzar un tiro libre. Casi siempre entran en la canasta. A veces, hasta las plegarias funcionan.     

Amaya Valdemoro y Elisa Aguilar son unas jugadoras de básket diferentes. Partícipes con rol de protagonista de un bello pasado, el laurel dorado les ha llegado en el cénit de sus carreras. El baloncesto no sólo está en la cancha y, desde su experiencia, han sabido aportar a sus compañeras todos aquellos factores triunfales que no aparecen en las estadísticas, pero que, al final, suponen también campeonatos.    

Queralt Casas es una jugadora de básket diferente. A sus veinte años, el futuro del baloncesto femenino español pasa por su intensidad defensiva y su valentía ofensiva. Ella lo sabe. Y aguarda desde el banquillo su próxima oportunidad. Sin ninguna mala cara. Siempre con una sonrisa. Disfrutando de un momento histórico que le pertenece tanto como a cualquiera de sus compañeras. Y también de los que quedan por venir.


La selección española de baloncesto femenino es un conjunto de básket diferente. Y en el reciente Eurobásket de Francia lo han demostrado. Porque son un equipo. De medalla de oro. Por supuesto.  

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