La dureza de una guerra en negativos



(Foto: Yohana Agudo/Esedosuno)

Regreso de la desconexión que siempre significa la naturaleza y no hago nada más que leer en los medios de comunicación la palabra guerra. Irremediablemente, me acuerdo del reportaje que hice sobre la exposición de La maleta mexicana para el Esedosuno el pasado miércoles 3 de octubre de 2012. Lo titulé La dureza de una guerra en negativos y es este:

- ¿Qué te ha parecido la exposición?
– Es muy dura.
- Claro, las guerras son muy duras.
La conversación es real y se produjo entre un chico y una chica a la salida de la sala Goya del Círculo de Bellas Artes de Madrid tras contemplar la exposición de La Maleta Mexicana, que estuvo expuesta desde el pasado 19 de julio al 30 de septiembre. Precisamente, esa conversación, seguro que repetida por decenas de hombres y mujeres a lo largo de los últimos meses nada más salir al hall de la planta baja de ese característico edificio madrileño, puede servir para explicar el valor real de la muestra.

No en vano, era la primera vez que se exponían los míticos negativos, alrededor de 4500, de fotografías que hicieron durante la Guerra Civil española los fotoperiodistas Robert Capa, Gerda Taro y Chim, y que, tras ser metidos en una maleta, se dieron por perdidos en 1939 hasta ser redescubiertos, después de pasar de mano en mano, en México DF en el año 2007. Un viaje de una maleta llena de negativos que sirve como metáfora de la propia guerra en sí. Porque si las guerras han de ser contadas obligatoriamente, lo mejor es que sean contadas en pequeños fotogramas en blanco y negro perdidos durante décadas y que aparecen de repente para recordar a la humanidad la crueldad de esas mismas guerras.

La guerra es simplemente eso. Locura, sinrazón, dureza. Son imágenes que acaban difuminadas con la realidad porque siempre la realidad supera la ficción. En la exposición de La Maleta Mexicana, con los negativos repitiendo las mismas escenas, con los facsímiles y los noticiarios televisivos de la época, se consigue crear la sensación de estar viendo una película, de estar inmerso en una ficción. Pero esa sensación apriorística y general, lejos de lo particular, se desvanece en cuanto el espectador se detiene en las imágenes en blanco y negro de esta terna de históricos fotoperiodistas.

Porque la guerra no es un cuento hollywoodiense, es una realidad de sangre y muerte que terminan sufriendo los civiles y soldados que apenas llegan a la mayoría de edad. Chim, por ejemplo, profundiza en esa realidad, en la otra imagen de la guerra, como con su archiconocida fotografía de una mujer dando el pecho en una reunión sobre la Reforma Agraria en Badajoz o la instantánea de la sardinera en el País Vasco, que bien podría ser un cuadro.Son vidas anónimas, las de mujeres viejas llenas de arrugas que se ponen la mano en la cara para que no les dé el sol, las de soldados asediando el Alcázar que disparan bajo un paraguas o la de extranjeros que pertenecen a la Brigada Thaelmann, que recuerdan la España más rural, esa España de seres humanos con caras viejas que conducen inevitablemente a un pasado que nunca va a regresar. O que al menos no debería regresar. Un pasado en el que los niños jugaron sobre las ruinas de edificios derribados por las bombas y en el que los hombres se mataron unos a otros, de hermanos a hermanos, para demostrar fehacientemente una vez más que la guerra nunca es un juego. Que en la guerra muere la gente.

Taro y Capa,  por su parte,se adentraron con sus reportajes en esos seres humanos, en esa guerra de frente y de retaguardia, y en La Maleta Mexicana se puede apreciar perfectamente ese trabajo. Desde los niños que se suben a los árboles para presenciar la instrucción de los jóvenes soldados a la niña que se muerde las uñas en un funeral en Valencia. Desde el depósito de cadáveres de la misma capital valenciana a la juventud de los soldados y al caos del Frente de Brunete, donde encontraría la muerte atropellada por un tanque la propia Taro. Desde el frío de Teruel a la primera línea de fuego en el Segre. Todas son imágenes difuminadas por el dolor, que hace que hasta el mínimo ápice de humanidad, hasta la sonrisa más tímida, parezca impostada por el horror que transmite la guerra en su condición de ser. Una condición, en realidad, tan humana como la propia humanidad.

La guerra es simplemente eso. Destrucción y muerte, la mayor bajeza jamás creada por el ser humano. Y quizá todas esas instantáneas en blanco y negro de soldados de espaldas, simbolizando como paradigma a cualquier ser humano, hechas por Chim, Capa y Taro, sean el mejor ejemplo para recordárnoslo una vez más. Ahí radica el gran éxito de La Maleta Mexicana.

Por eso merece la pena que esa maleta volviera a ser encontrada. Para que la historia no vuelva a repetirse.

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