La emoción (II)



(Foto: http://www.sportandbar.es/)

La pasada semana recuperé para este espacio mi columna de opinión deportiva titulada La emoción, por lo que creo que es justo que hoy recupere la segunda parte de esa columna. Evidentemente, se titula La emoción (II) y fue publicada en mi sección opinativa Deportista de sofá del extinto Guadalajara Dosmil el martes 13 de marzo del 2012. Es esta:


El domingo discutía, en el buen y único sentido que tendría que tener esa palabra, con mi padre por teléfono móvil sobre los dos encuentros de fútbol que había visto el sábado: el Deportivo Guadalajara-Deportivo de La Coruña (que lo vi completo en el Pedro Escartín) y el Real Betis-Real Madrid (del que solo vi más o menos media hora en la segunda mitad por la televisión cuando terminé de trabajar y me puse a cenar). Y, como marcan las reglas de cualquier relación paterno-filial, no nos pusimos de acuerdo.

Yo defendía que tanto el encuentro del Pedro Escartín como lo poco que había visto del disputado en el Benito Villamarín habían sido dos grandes partidos de fútbol. Él, por su parte, se mostraba agradecido con el juego del equipo alcarreño y, en general, con el juego de ambos equipos en el choque del Pedro Escartín; pero criticaba el juego desplegado por el conjunto de Mourinho, a la vez que alababa al equipo de Mel, en el partido disputado en Sevilla. Supongo que lo haría por su madridismo innegable y acérrimo, pero a mí simplemente me dijo: “Sergio, fue un partido de estos descontrolados, de los que puede ganar cualquiera y el Madrid no lo supo controlar y pudo perder”.

Tras esa sentencia, y toda vez que estaba trabajando y que íbamos a comer juntos unas horas después, no quise insistir mucho en rebatir a mi padre. Porque, realmente, su sentencia era precisamente la misma sentencia por la que yo defendía que tanto el del Escartín como el del Villamarín habían sido dos grandes partidos de fútbol. “Fútbol de verdad”, lo llamé en la crónica del Guadalajara Dosmil sobre el choque entre alcarreños y coruñeses. Y del que emociona, puedo añadir por segunda semana consecutiva en esta mi sección opinativa.

Porque puedo intuir que ni Terrazas, ni Oltra, ni Mourinho, ni Mel estarán muy contentos con lo visto en ambos terrenos de juego en partidos muy alejados de la táctica y el orden; pero los aficionados al fútbol en general, esos que dicen, por poner un ejemplo, que Messi es el mejor jugador en la actualidad y posiblemente de la historia pese a que sean madridistas reconocidos, seguro que sí están contentos con lo que vieron. Con aficionados llenando estadios y cantando todo el rato desde horas antes por las calles de una ciudad, de portería a portería, sin pausa y con intensidad, acumulando ocasiones de gol para ambos equipos sin tiempo para acordarse de las anteriores. Eso, vuelvan a perdonarme una vez más, es fútbol.

Y se lo dice una persona que muchas veces ha defendido el tacticismo de los entrenadores como una de las grandes virtudes del balompié y que lo seguirá defendiendo en un futuro. Pero, cuando la emoción es la que se hace dueña del fútbol, ninguna táctica analizada por mi yo maduro podrá con la belleza utópica de mi yo niño. Porque el fútbol es Nayim batiendo a Seaman desde casi el centro del campo en la final de la Recopa de 1995 en el Parque de los Príncipes (“Mira cómo se va arriba Zaragoza, mira cómo se va arriba España”, dijeron segundos antes en la retransmisión de La 2). Es don Juan Gómez ‘Juanito’ recorriendo a toda velocidad el campo con el balón en los pies y yéndose del terreno de juego dando saltos de alegría (imperdonable no ver el ‘Informe Robinson’ dedicado a su figura). Es Iniesta marcando el gol del triunfo en el minuto 116 de la final del Mundial de Sudráfica 2010. Es el gran Ander Herrera inventando para asistir a De Marcos en Old Trafford. Es todo el público de un estadio levantándose para aplaudir en un cambio a un Valerón que apura por todos los campos sus últimas gotas de infinito talento.

Seguro que alguno de ustedes ya no se acuerda de Derek Redmond. Yo sí. Redmond era un atleta inglés, perseguido por las lesiones, que partía como gran favorito en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 para alzarse con la medalla de oro en la prueba de 400 metros lisos. Sin embargo, en las semifinales sufrió un tirón en la corva y tuvo que parar de correr. Aunque apenas podía tenerse en pie, Redmond se levantó con la intención de recorrer cojeando los 200 metros que le quedaban hasta la meta pese a que la carrera ya había terminado. El personal médico intentó disuadirle e, incluso, su padre saltó de la grada y burló la seguridad para pedirle que parara. Pero Redmond no paró y, con la ayuda de su padre, logró llegar a la meta entre lágrimas y con la sincera ovación de las personas que abarrotaban el Estadio Olímpico. Para mí el deporte es eso. El deporte es Derek Redmond.

PD: Al igual que la semana pasada, una vez más puedo hablar de las audiencias de la Liga ACB y de la NBA. Solo 29000 espectadores más vieron el Valencia-Real Madrid que un partido de la NBA jugado a las 2:30 horas de la madrugada. Emoción, insisto siete días después.

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