Pura perfección



(Foto: http://www.20minutos.es/)

En la actualidad, Dinamarca es la mejor selección de balonmano masculino del mundo. Tiene al portero que va a dominar la próxima década (Landin) y un recambio de sobradas garantías (Green), a los extremos más efectivos (Eggert y Lindberg) y, sobre todo, al jugador más determinante de todo el planeta en ataque (Hansen). Al ritmo que marca Hansen, el mejor jugador del mundo en la actualidad, la selección danesa consigue hacer algo que pocas veces (o ninguna) se ha visto en la historia del balonmano: ejecutar las ideas de su juego estático con acierto a una velocidad impensable para la mayoría del resto de selecciones. Pero los daneses lo consiguen. Sacan rápido de centro, mueven el balón con dinamismo y Hansen encuentra siempre el pase adecuado, lleno de talento y calidad, para el compañero que está libre de marca y en posición franca para batir al portero rival. De tal modo, cuando el equipo contrario se quiere dar cuenta, los daneses han logrado dominar completamente el ritmo del encuentro y cuentan ya con una importante renta de tres o cuatro goles en el marcador, lo que hace que la remontada desesperada de su rival se encuentre casi siempre con la alargada figura en la portería de Landin. Es una realidad tan tangible como desesperante para los rivales, que se apoya en ese citado dominio del ritmo del partido de los daneses, enmarcado en la elegante figura de Hansen.


A priori, Dinamarca tendría que haber ganado el Mundial de Balonmano disputado hasta ayer en España.      Es la mejor selección del mundo en la actualidad y se plantó en la final con su casillero de derrotas a cero y la sensación, extendida por todos y cada uno de los rincones del mundo del balonmano, de ser un equipo prácticamente indestructible. No eran pocos los argumentos con los que contaban los daneses para proclamarse campeones del mundo, pero, si algo ha enseñado el deporte de competición a lo largo de todos estos años, es que una final no se gana sin bajarse del autobús, solo con el potencial que se le presume a un equipo y lo que ha conseguido en el pasado. En el deporte de competición los conjuntos tienen que demostrar su potencial en la cancha y ayer en el Palau Sant Jordi Dinamarca se encontró con un rival, España, que demostró muchas más ganas de ganar que los daneses. El resultado fue un meneo histórico por parte de los españoles que tardará tiempo en olvidarse. Si es que alguna vez se olvida.

Al contrario que Dinamarca, la selección española de balonmano masculino ha tenido un recorrido en su  Mundial que se asemeja a otras selecciones campeonas en otros importantes campeonatos de otros deportes. Como anfitriona, el objetivo del oro parecía claro para una selección que contó desde el principio con los recelos de su convocatoria y las dudas de los primeros partidos ante rivales de menor entidad. Ajenos a cualquier factor de distracción desde el exterior, los jugadores de Valero Rivera empezaron a encontrar su camino hasta el éxito en la segunda parte ante Hungría y vieron cómo su única derrota de la primera fase ante Croacia les facilitaba el camino hacia la final a partir de octavos. Hubo dudas sobre esa derrota, faltaría más, porque en estos campeonatos nunca se sabe muy bien si los equipos favoritos se dejan ganar o pierden a propósito cuando ya saben por dónde irán los rivales más complicados en el cuadro de la segunda fase.

Su partido de octavos ante Serbia fue un gran ejemplo para saber el potencial que podrían dar días después en una hipotética final. Con una buena portería (Sterbik y Sierra), la defensa era el único camino para poder alzarse con la medalla de oro, porque permite correr para anotar con  mayor facilidad y mantenerse dentro de un encuentro si en ataque se está desacertado. Viran y Gedeón Guardiola, magníficos a lo largo de todo el campeonato, entendieron a la perfección el mensaje repetitivo de Rivera y lideraron desde la zona central del 6-0 a una defensa española que siempre encontró razones en la globalidad del conjunto para creer en sí mismos. Desde la experiencia de Alberto Entrerríos al corazón de Maqueda. Desde la imaginación de Sarmiento a la calidad en seis metros de Julen Aginagalde. Desde las apariciones de Cañellas a la efectividad de los extremos. Todos y cada uno de los jugadores aportaron para saber que en los deportes de equipo los éxitos precisamente solo se consiguen desde una filosofía de equipo. Siempre.

Con esa filosofía se plantó España en los cuartos de final ante Alemania, pero sobre todo con la total convicción de que ese camino hasta el oro solo se podría alcanzar con la suma de defensa más transiciones. La segunda parte ante los germanos fue así y casi todos los minutos de las semifinales ante Eslovenia también fueron así: defensa más transiciones. Esa era la fórmula del millón de dólares, la fórmula que también podría derrotar a los daneses. Aunque muchas personas no creyeran en ella. Sus razones tenían. Y eran muchas.

Lo de ayer simplemente fue pura perfección. Valero Rivera demostró ser una vez más un auténtico maestro en los banquillos y supo mover su plantilla para dominar a Dinamarca desde el principio (ejemplo, la aparición de Cañellas y Antonio García desde los primeros minutos). En un partido de primeras líneas en su primera mitad, España impuso su defensa para no dejar desarrollar su ritmo habitual a los daneses. Y le funcionó de maravilla. Sin poder ser dominador con su estilo de juego, ese atrayente estilo lleno de ritmo y dinamismo, Dinamarca se perdió sin plan B hasta caminar cabizbajo por la cancha deseando que los árbitros pitaran ya el final del encuentro. Landin no fue Landin. Hansen no fue Hansen. Lindberg no fue Lindberg. Eggert no fue Eggert (impensable verle fallar lo que falló ayer). Pero no fue demérito suyo, sino que fue mérito de una selección española que creyó desde el principio en su camino para llegar a ponerse el oro. Defensa y transiciones. Ese era el camino. Y resultó. Porque no siempre el mejor equipo de todos se lleva el éxito. Si fuera así, el deporte de competición sería demasiado aburrido y no tan divertido. Que se lo pregunten a la selección española de balonmano masculino.

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