Mentiras



(Foto: LM Otero/Associated Press/http://www.pennlive.com/)

Lo siento: nunca me creí a Lance Armstrong. Le vi ganar todos y cada uno de esos Tours y cada vez que él llegaba a París vestido de amarillo en mi interior pensaba que lo hacía completamente dopado. Mi penitencia, dolorosa, era por una vez en mi vida no creerme una de esas bonitas historias, esas historias que nutren este blog y mi amor por el periodismo deportivo, de superación de un cáncer hasta convertirse en uno de los mejores deportistas de la historia. Creo que por eso no me gustaba el ciclista texano, porque sabía sin tener pruebas fehacientes que me estaba engañando, que nos estaba engañando, y su mentira era un uppercut directo a la ilusión de la parte infantil y soñadora de mi personalidad, esa que se emociona todavía cuando ve a unos aficionados llorar al consumarse el descenso de su equipo aunque ese equipo no me importe nada en absoluto.

Me equivoqué al prejuzgar a Armstrong. Ahora que ha confesado públicamente que se dopó es cuando me he dado cuenta de ello. Porque, aunque yo siempre supe en mi interior que se dopaba pese a que no tuviera pruebas para demostrarlo, no me parece justo que yo pusiera en duda cada una de sus victorias cuando todo, el orden establecido por los organismos, federaciones y medios de comunicación; me demostraba que no era así, que nadie había pasado más controles antidoping que él en toda la historia del deporte mundial. En esa época era cuando le tenía que haber creído, porque habría disfrutado con cada una de sus hazañas y el triste golpe de su mentira no habría llegado hasta años después, hasta esta misma semana. Habría sido duro descubrir su engaño tras haberle venerado, pero al menos no habría tenido esta sensación de vacío que tengo ahora después de que haya confirmado su timo. Porque  nunca creí en Armstrong y para mí su confesión de esta semana es nada. Aire. Una exclusiva más en un sistema económico de libre mercado para poder sacar dinero también de la mentira. Y ojalá me equivoque en este último pensamiento.

La gente que me conoce sabe que es altamente probable que intente buscar el último recoveco posible para defender lo imposible, pero que nadie espere ni una palabra mía para defender a Armstrong. Ni siquiera me vale el manido discurso de que en esa época, maldita y vergonzosa, todos los ciclistas iban dopados y que él era el mejor de los dopados (lo extenderé al resto de deportistas), porque ya me parece suficientemente abominable y repugnante el mero hecho de ir dopado. El deporte de competición tiene unas reglas y esas reglas están para cumplirlas. Si las aceptas, adelante. Si no, fuera. Tu conciencia te castigará. Seguro.

Armstrong es un mentiroso y, lo que para mí es todavía peor, parece que en su mentira contó con el apoyo de compañeros, directores, médicos y dirigentes de los principales organismos del deporte mundial. Y eso no le exime, ni tampoco que muchos de sus compañeros fueran igual de dopados que él. Eso, de hecho, convierte toda esta historia en una triste pesadilla de ídolos caídos. Me pondré un vídeo de Derek Redmond para compensarlo.

PD: Hablando de mentiras, ¿alguno cree que la selección española de balonmano masculino se dejó perder ante Croacia en el último partido de la primera fase de su grupo en el Mundial que se está celebrando en España? Siempre que pasa esto, me cuesta muchísimo creer que un equipo se puede dejar ganar a propósito. Pero la situación es la siguiente: Croacia gana y se puede encontrar con Francia en cuartos y Dinamarca en semis; España pierde y se encontraría con Alemania en cuartos y presumiblemente con Rusia o Eslovenia en semis. Si sabes un poco de balonmano internacional, pronto te das cuenta de que era mejor perder para tener el camino más fácil hasta la final. Si sabes mucho de balonmano internacional (y todavía más de deporte), pronto te das cuenta de que una buena defensa es el mejor camino para llegar a la final. Y el menos mentiroso.  

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