La culpa



(Foto: EFE/http://www.rtve.es/deportes/20120923/laso-barca-tiene-mucho-talento-pero-hemos-sabido-leer-situaciones/564721.shtml)

Me disgustan los gritos como forma de expresión y apago la televisión, el transistor y hasta las ganas de estar conectado. Nunca nadie hizo más por mi placer de lector empedernido de libros en papel que las tertulias deportivas y me pregunto cuando veo mi tweetline cómo, pensándolo de manera completamente aséptica, puede gustarme tanto Twitter si cumple muchos de los requisitos necesarios para que en realidad no me atrajera nada.


Me negué a ejercer mi profesión de manera gratuita y, siguiendo los designios de la obviedad, las llamadas semanales que recibo en mi móvil menguaron hasta la nada. Aun así, hay aficionados con los que nunca he cruzado ni un simple hola en mi vida que me piden cada día enérgicamente que exprese mi opinión sobre lo que veo, que cuente lo que siento con los acontecimientos deportivos a los que voy. Se lo agradezco mucho, más de lo que se imaginan, pero en el fondo no lo entiendo. Hace tiempo que mi periodismo dejó de ser mainstream. Posiblemente nunca lo fue. Posiblemente sea anacrónico, posiblemente esté delimitado fuertemente por mi vena, adolescente y underground, de bordear premeditadamente las corrientes de opinión mayoritarias.

Posiblemente tenga razón ese periodista que me dijo el sábado pasado en el Pedro Escartín antes del partido entre el Deportivo Guadalajara y el Real Madrid Castilla que si volvía a perder el equipo alcarreño no escribiese otra vez una "poesía de esas de las que tú escribes". Quizá tenga razón. Quizá yo no escriba realidades, quizá yo no encuentre razones para analizar lo que sucede. Quizá yo solo escriba "poesía de esas". En prosa y ambientada en jugadores y pelotas. Demasiadas pelotas.

Perdónenme, por favor. Les aseguro que la culpa no es mía. La culpa es de mis padres, uno no puede luchar contra la genética. La culpa es de la vida, que me moldeó hasta convertirme en un relativista con ataques de locura happysta transitoria. La culpa es de Gigi Meroni, que era una mariposa que volaba. La culpa es de Roberto Baggio, que imaginaba pases imposibles que sobrepasaban las líneas simétricas del Gran Hermano llamado fútbol italiano. La culpa es de George Best, al que todos denominarían al unísono mejor jugador de la historia del fútbol si hubiese preferido olvidarse del alcohol y las mujeres (en cambio, le consideramos el mejor jugador de la historia con el que irnos de juerga y le veneramos igual). La culpa es de Sócrates y Francescoli, precursores de la elegancia infinita de cabeza alta y espalda recta que perfeccionó hasta el infinito Zinedine Zidane. La culpa es de Ayrton Senna, Kevin Schwantz y Drazen Petrovic, porque yo crecí entre el final de la década de los ochenta y el inicio de la década de los noventa del siglo pasado. La culpa es de Steve Nash, toda la culpa tiene que ser de él, porque si pudiera reencarnarme en un jugador de la NBA de los últimos quince años el elegido sería él sin ninguna duda.

La culpa es de todos ellos y de muchos más. La culpa es de Pablo Laso. Porque, con sus defectos, muchos, a mí me gusta Pablo Laso como entrenador. Porque quiere correr y anotar 100 puntos por partido. Porque yo, testigo presencial de que los encuentros siempre se ganan desde la defensa, estoy ya demasiado cansado de partidos de baloncesto a cincuenta puntos. Porque yo, en realidad, solo soy un periodista anacrónico que hace tiempo dejó de ser mainstream. O que quizá nunca lo fue.

Comentarios