Miscelánea olímpica



(Foto: EFE/http://www.heraldo.es/)

Comienzo a escribir una nueva entrada para este blog y la abandono porque tengo que ver a David Cal conseguir una nueva medalla de plata para convertirse en el máximo medallista español de la historia de los Juegos Olímpicos con cinco metales, un oro y cuatro platas en tres Olimpiadas distintas. Me alegro muchísimo por él, me descubro levantando los brazos cuando entra a meta tras remontar en la segunda parte de la competición y sonrío. Creo que es una sonrisa sincera y espontánea.


Se me acumulan las imágenes que nutren los Juegos Olímpicos y sobre las que quiero escribir unas líneas, aunque sean un par de frases o tres. Sobre las selecciones españolas femeninas de balonmano y waterpolo, paradigmas de lo que para mí significa el deporte. Valentía, solidaridad, esfuerzo, entrega ilimitada, calidad, ambición, trabajo en conjunto, ilusión, sueños. Su paso, su sobresaliente paso por las Olimpiadas, es un verdadero ejemplo de superación y optimismo en días en los que te cuesta levantarte de la cama.

Disfruto con las merecidas medallas de Maialen Chourraut, Marina Alabau y Andrea Fuentes y Ona Carbonell, con la absoluta perfección del dúo ruso de natación sincronizada y algunos ejercicios de gimnasia artística, con las gestas eternas de Michael Phelps y Usain Bolt, con el sufrimiento ilimitado del maratón femenino o con la excelente primera mitad de baloncesto entre Estados Unidos y Argentina. Y me entero por Twitter estando en la calle que Gómez Noya también sube al segundo puesto del cajón en el triatlón. Me alegro de nuevo y pienso que les deberían dar medallas a todos los triatletas, que para mí cada uno de esos deportistas que consigue cruzar la línea de meta es un verdadero ídolo.

Veo a Félix Sánchez llorar en el podio y rememoro en mi cabeza su medalla de oro en Atenas 2004. Pienso en el honor de los viejos campeones y en las imágenes que describen los Juegos Olímpicos. En las grandes estrellas, los nuevos ídolos, los deportistas minoritarios con sus quince minutos de fama y el ocaso de los más grandes de la historia. En Liu Xiang cayendo en la primera valla de los 110 metros vallas, en Derek Redmond llegando a meta llorando en Barcelona 1992. Pienso en Yelena Isinbáyeva, la mejor saltadora de pértiga de la historia, y en que saldrá de Londres con la medalla de bronce, sin poder sumar su tercer oro consecutivo. Me acuerdo de Sergey Bubka y pienso que hay un día en el que los ídolos caen para siempre, en que nada es eterno nunca. Ni los triunfos, ni los fracasos. Ni el laurel, ni la mala suerte. Ni los oros, ni las caídas. Sólo los gestos de admiración que despertaron los deportistas en niños pequeños que soñaron ser como ellos y que sobreviven después a la desaparición de esos mismos deportistas. Isinbáyeva lo consiguió. Isinbáyeva podrá volver a conseguirlo, seguro. Isinbáyeva es ya parte de la historia del deporte. De las lágrimas y las sonrisas. Del esplendor y del ocaso. Del saber asumir los triunfos, pero también las derrotas. Porque las derrotas siempre llegan.

Comentarios