Deportistas silenciosos



(Foto: EFE/http://www.capital.com.pe/2012-08-05-lo-mejor-de-la-participacion-peruana-en-la-maraton-de-londres-2012-foto_508942_4.html)

Este es un blog dedicado al deporte y yo soy un tipo que lleva más de ocho años trabajando de periodista deportivo, así que lo normal hoy sería que escribiera sobre el partidazo entre Estados Unidos y España en la final de baloncesto masculino de los Juegos Olímpicos de Londres o sobre la ceremonia de clausura de las Olimpiadas londinenses. Pero no lo voy a hacer. Ya han escrito sobre ello muchos periodistas a los que admiro y siento la necesidad de buscar más allá, de indagar en el fondo de mi interior para saber lo que han significado estos Juegos Olímpicos en mi vida.


Ayer me acordé de Drazen Petrovic, no sé por qué, y sentí la necesidad de que estuviera vivo. Pensé en él y me pregunté si la selección española de baloncesto de la generación de los juniors de oro habría superado ya a la selección de Yugoslavia del Mundobasket 1990 o a la selección de Croacia de Barcelona 1992 para convertirse en la mejor selección no estadounidense de la historia. Pensé en ello, en el Dream Team americano de las Olimpiadas barcelonesas y en la actual selección estadounidense, con Lebron James, Kobe Bryant, Kevin Durant o Carmelo Anthony, pero sin Rajon Rondo, Derrick Rose, Dwyane Wade, Chris Bosh, Blake Griffin o Dwight Howard, y llegué a la conclusión de que me daba absolutamente igual si alguna selección había sido mejor que otra. Lo único que me importa es que yo he podido disfrutar de todas ellas.  

Porque hoy todo el mundo buscará mentalmente los grandes triunfadores de estos Juegos Olímpicos. Yo también tengo los míos. Los más obvios, Michael Phelps y Usain Bolt. Pero también Missy Franklin, Mo Farah, Ye Shiwen, Rudisha, Gabrielle Douglas, la perfección de Evgeniya Kanaeva, la primera mujer de la historia en sumar dos oros olímpicos en la modalidad invididual de gimnasia rítmica; la selección francesa de balonmano masculino volviendo a ganar pese a la peor versión de dios Nikola Karabatic, el combinado estadounidense femenino de baloncesto o las selecciones españolas femeninas de balonmano y waterpolo, estas últimas sobre todo por lo que han supuesto en mi visión del deporte y por ejemplificar que el deporte femenino español, sin apoyos y sin alcance social, ha superado ya al masculino.

Todos esos nombres, todos esos atletas y selecciones nacionales, estarán virtualmente en el apéndice del libro de la historia de los Juegos Olímpicos que le hice comprarme a mi padre cuando yo tenía nueve años y que leí día tras día durante gran parte de mi vida. Todos ellos estarán en los almanaques de oro de las Olimpiadas de mi memoria. Pero no ocuparán los primeros puestos. Porque esos primeros puestos están reservados para todos aquellos deportistas que participaron en estos Juegos Olímpicos, pero que no salieron en ningún informativo de televisión, ni en ningún programa de radio. Aquellos que no tuvieron su fotografía en la primera página del periódico y que no recibieron ninguna mención en algún medio digital. Todos esos deportistas silenciosos que llegaron a participar en unas Olimpiadas tras cuatro años de dedicación exclusiva para lograrlo han vuelto a ser una vez más para mí los grandes triunfadores. Y lo serán dentro de cuatro años, cuando esté escribiendo sobre los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Eso es de verdad lo que yo siento con las Olimpiadas.    

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