En el deporte, como en la vida



(Foto: Ana Ongil)

Yo no estuve allí, pero me lo imagino a la perfección. Julián estaría nervioso. Su novia Ana, más. En Zaragoza haría calor, mucho, demasiado. Camino de los treinta años, mi amigo Julián, la persona que más odiaba el deporte en nuestros años escolares, estaba a punto de iniciar el segundo triatlón de su vida bajo el sol abrasador zaragozano a las cuatro de la tarde. Su segundo triatlón en apenas dos meses, sobre una distancia el doble que la de su debut.


Julián pasaría el tramo de natación como pudiera. Es su punto débil. Después, afrontaría con ansia el tramo de ciclismo, su deporte preferido. Sinónimo de constancia, paradigma de la voluntad para conseguir los objetivos, Julián empezaría a sentirse fuerte en la bicicleta. Pedalearía más y más deprisa hasta adelantar a otros corredores con su nueva pero vieja bicicleta de carretera restaurada. Se sentiría fuerte, capaz de volver a superarse una vez más a sí mismo. Como siempre lo hace.

Para nada Julián se hubiera imaginado que su segundo triatlón le depararía una sorpresa en forma de obstáculo más allá de la dificultad propia de la prueba. Pero así sería. Una curva cerrada, las ganas de ganarle cada milésima al paso del tiempo, las ruedas finas de la bicicleta, la gravilla del asfalto, el derrape, la pérdida del control de la bici. Julián terminaría en el suelo, con su cuerpo lleno de heridas y sangrando. El dolor sería instantáneo, pero no mucho más fuerte que el de los músculos tensionados y la falta de oxígeno al respirar.

Julián no se retiraría, no es su estilo. Pese a que algunos miembros de la organización le pedirían que parara y que se fuera directo al puesto de la Cruz Roja, él se montaría de nuevo sobre la bicicleta y pedalearía con énfasis para terminar el triatlón en el tiempo más cercano al que él se había propuesto. Comenzaría así un nuevo triatlón, contra sí mismo, contra ese dolor que se instala hasta en las partes más insospechadas de tu cuerpo y que sale a la superficie nada más detener tu actividad física y tumbarte en la cama para intentar dormir.

Superada la bicicleta, cada metro de la carrera sería eterno para Julián. Con más de una hora de ejercicio físico continuado, tras nadar y montar en bici, sin nadie con el que pudiera compartir sus dudas, sabiendo lo que estaría sufriendo Ana sola en ese momento tras haberle visto sangrando, a Julián se le agarrotarían los músculos mientras empezaría a sentir más y más dolor. Pero no pararía hasta cruzar la meta, poder levantar los brazos y dejar para la posteridad fotográfica la risa de satisfacción más sincera. Sin importarle el tiempo que tardaría en acabar, el triunfo sería llegar, volver a superarse una vez más.

Porque en el deporte, como en la vida, eso es lo único que cuenta. Luchar. Superarse. Volver a vencerte a ti mismo otra vez para seguir siendo feliz. Como Julián, un ejemplo para el deporte. Aunque él lo odiara cuando era pequeño.

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