Los sueños cumplidos de los que fuimos niños


(Foto: http://www.fandeporte.com/el-dream-team-de-los-juegos-olimpicos-de-barcelona92-entra-en-el-hall-of-fame/)

Dentro de un mes justamente comenzarán los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y yo daría sin dudarlo todo lo que me pidieran por poder estar allí trabajando como periodista. Es algo con lo que sueño desde que me enamoré locamente de las Olimpiadas en Barcelona 92, cuando tenía 10 años, y que he soñado cada cuatro años bisiestos desde Atlanta 96 hasta Pekín 2008, pasando por Sídney 2000 y Atenas 2004.


No en vano, los Juegos Olímpicos van irremediablemente ligados a mi historia vital. Este blog recibe su nombre del atleta que protagonizó uno de los acontecimientos deportivos que más me impactaron en mi niñez y que sucedió precisamente en las Olimpiadas de la localidad barcelonesa. Años más tarde, el inicio de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y la presencia en ellos de deportistas relacionados con la provincia de Guadalajara me sirvió para escribir un reportaje, 'Un laurel para la eternidad', que terminaría siendo declarado vencedor en la primera edición del Premio de Periodismo Deportivo de la Asociación de la Prensa de Guadalajara y de la Diputación Provincial. Aunque para mí el primer gran premio de mi carrera laboral fue poder hacer ese reportaje, porque me permitió recordar en mi memoria hazañas olímpicas de deportistas en Olimpiadas que se disputaron mucho antes de que yo hubiera nacido.

Hablo de Paavo Nurmi, Jesse Owens o Mark Spitz. Hablo de Bikila, Beamon, Fosbury o Carl Lewis. Hablo de Fanny Blankers-Coen, Tommie Smith o John Carlos. Hablo de todos y cada uno de los deportistas que han participado en unas Olimpiadas desde Atenas 1896 a Londres 2012. Porque todos ellos se merecen ese laurel para la eternidad, ese reconocimiento y aplauso de los amantes del deporte, por el mero hecho de participar en unos Juegos Olímpicos.

Mi reconocimiento, mi aplauso, lo tuvieron, lo tienen y seguro que lo tendrán. Porque hace demasiado tiempo ya, del 25 de julio al 9 de agosto de 1992, me encerré en mi casa y no quise saber nada de nadie para poder ver las hazañas del Dream Team, Vitaly Scherbo, Kevin Young o Fermín Cacho. Cuatro años después, del 19 de julio al 4 de agosto de 1996, me quedé despierto todas las noches para soñar con los ojos abiertos con Michael Johnson, Aleksandr Popov o Andre Agassi. Volví a repetir mi retiro voluntario del 15 de septiembre al 1 de octubre del 2000 y me emocioné igual con Éric Moussambani que con Ian Thorpe, antes de que deportistas como Kelly Holmes, Liu Xiang, Hicham El Guerrouj, Michael Phelps, Usain Bolt o Yelena Isinbayeva volvieran a recordarme en plena madurez a mí de niño con sus éxitos en Atenas y Pekín.

Porque, en realidad, los Juegos Olímpicos son simplemente eso: un laurel, toda una eternidad. Los sueños cumplidos de todos los que algún día fuimos niños.

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