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Foto: https://www.nhl.com |
Entre el mes de marzo y las primeras semanas del mes de abril, más de un millón y medio de personas visitan cada año Washington D.C. El motivo es sencillo y, a su vez, hermoso: presenciar la floración de los tres mil cerezos japoneses que Yukio Ozaki, por aquel entonces alcalde de Tokio, regaló a la capital de Estados Unidos el 27 de marzo de 1912 para ensalzar la colaboración entre ambas naciones. Con el paso de los años, los tonos blancos y rosados de las flores de cerezo se han convertido para muchos norteamericanos en el punto de partida de una primavera que en algunas zonas de su vasto país parece no llegar nunca, sepultada bajo la nieve. Además, al margen de los fotogénicos paseos caminando por Independence Ave o en bote en el agua del Tidal Basin, el National Cherry Blossom Festival es también un poliédrico evento plagado de actividades culturales, atléticas o culinarias. Plagado, en definitiva, de bullicio y de vitalidad. Algo que, visto desde una perspectiva deportiva, no es lo habitual en Washington.
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