Expulsados del profesionalismo



A Guadalajara la veo como una ciudad del interior de España, quizá un poco absorbida por Madrid por su cercanía, y una característica de Guadalajara que siempre me ha llamado la atención es que es una ciudad un poco pesimista. Y, bueno, lo digo entendiendo que el pesimismo puede ser un valor positivo también, aunque pueda serlo negativo, pero desde el primer momento en que estuve aquí me llamó la atención que tiene una tendencia al pesimismo”. La declaración que encabeza este texto la hizo Carlos Terrazas el pasado 23 de octubre del 2012 a Esedosuno y, si bien el ya ex entrenador y mánager general del Deportivo Guadalajara no explica el razonamiento por el que llega a dicho pensamiento, sus palabras sí que pueden explicar una tendencia pesimista que se ha instalado en el deporte alcarreño desde hace ya dos décadas: su condición de expulsado del profesionalismo.


No en vano, el reciente descenso administrativo del Deportivo Guadalajara en la Liga Adelante por una presunta irregularidad en su ampliación de capital no es más que la última muesca de un injusto revólver temporal que ya había disparado sus certeras balas en los principales deportes de equipo. Desde el baloncesto al fútbol-sala, desde el balonmano al voleibol, los equipos más representativos de la capital guadalajareña guardan ciertas y evidentes similitudes en su periplo por el deporte profesional español, marcado en un altísimo porcentaje por las frustraciones y las decisiones extradeportivas. Una historia reiterativa y con final siempre trágico, de la que actualmente únicamente se salva la Asociación Deportiva Ciudad de Guadalajara, fundada hace sólo seis años y que militará por cuarta temporada consecutiva en la Liga Asobal, la máxima categoría del balonmano masculino nacional. Sin embargo, su éxito, caracterizado por la prudencia económica de su directiva, quizá aleccionada ya por el pasado, no es más que la excepción que toda regla necesita para ser confirmada.

La maldición comenzó con el CB Guadalajara

Históricamente, el inicio de la maldición tipo Béla Guttman de Guadalajara con el deporte profesional hay que situarla en el año 1993. Tras enganchar al aficionado alcarreño a lo largo de la década de los ochenta, el Club Baloncesto Guadalajara conseguiría esa temporada el mayor hito de su historia como club al ascender el 13 de junio en La Casilla de Bilbao a la Liga ACB. Con Ángel González Jareño de entrenador y un espectacular equipo, el máximo representante del baloncesto provincial se ganó el derecho a participar en la máxima categoría del baloncesto nacional, pero todas las sonrisas y abrazos de la victoria encontraron con prontitud un obstáculo que no entiende de asistencias, rebotes y triples: el dinero. El canon obligatorio para participar en la Liga ACB, unos 465 millones de pesetas en aquella época, fue la losa insalvable con la que se topó el Club Baloncesto Guadalajara, que tuvo que renunciar a participar en la máxima categoría tras no lograr reunir el dinero en un caluroso verano de demasiados ruegos y ninguna solución. Ese fue el principio del fin de uno de los clubes más representativos del deporte de Guadalajara, que se mantuvo todavía tres lustros más por categorías secundarias del baloncesto nacional hasta que el lunes 20 de junio del 2011, en una triste asamblea general, sus socios decidieron su disolución, perseguido por las deudas, a pocos meses de cumplir su cuarenta aniversario.

También en la década de los noventa, hubo otro equipo que identificó el morado representativo de Guadalajara en el deporte profesional. Se trataba del Balonmano Guadalajara, que desde 1991 a 1996 militó cuatro temporadas en la Liga Asobal. Con un entrenador tan carismático como el profesor Manolo Laguna, algunas victorias históricas (principalmente, la cosechada ante el BM Atlético de Madrid en el San José) y plantillas formadas por jugadores como Rafa Guijosa, Papitu, Javier Valenzuela, Javier Rodríguez o Buligan, el BM Guadalajara ascendió a la máxima categoría en el curso 1991/1992 y, tras descender esa misma campaña, acumuló tres  cursos consecutivos en la Liga Asobal hasta la temporada 1995/1996. Precisamente, esa última campaña fue su mejor temporada en la considerada por muchos como la mejor categoría del mundo. Su décimo puesto auguraba un futuro halagüeño que, al igual que pasó con el Club Baloncesto Guadalajara, se encontró con un problema que no entiende de lanzamientos de nueve metros, paradas o penalties. Sí, de nuevo fue el dinero: la quiebra de la inmobiliaria Avirresa, su principal patrocinador, impidió al BM Guadalajara hacer frente a su deuda acumulada de cinco millones de las antiguas pesetas. La Federación Española de Balonmano se mostró intransigente ante la solicitud de aplazamiento de pago solicitada por el Ayuntamiento de Guadalajara y las instituciones guadalajareñas decidieron no pagar la citada deuda en otro verano caluroso lleno de ruegos y ninguna solución que terminó de la peor forma posible para el deporte provincial: con el Valencia jugando en la Liga ASOBAL y el BM Guadalajara desaparecido.
    
El voleibol y el fútbol-sala, en el inicio del siglo XXI

Dice Carlos Terrazas que Guadalajara es una ciudad “un poco absorbida por Madrid por su cercanía” y quizá fue al comienzo del siglo XXI cuando esa característica más se notó en el deporte provincial. El impulso de patrocinadores, principalmente ligados al mundo de la construcción, hizo que nuevos clubes en Guadalajara llegaran a probar el sabor del profesionalismo. Ese fue el caso, por ejemplo, del Voley Guada. Fundado en el año 1999, el Club Deportivo Básico Voley Guada consiguió el ascenso a la máxima categoría nacional al final de la campaña 2004/2005 gracias al apoyo de su patrocinador, el Grupo Reyal. La temporada 2005/2006, que supuso su debut en Superliga, no pudo ser más exitosa: el entrenador Fernando Muñoz dio auténticas lecciones desde el banquillo y el equipo alcarreño, pese a ser debutante en el voleibol profesional, logró clasificarse para el play-off por el título hasta terminar la temporada en una meritoria séptima posición.

Su futuro era el más prometedor de todos los equipos provinciales en esos años y el voleibol comenzaba a enganchar a la afición guadalajareña, que según fue pasando la temporada empezó a llenar las butacas del San José. Sin embargo, con el Voley Guada se cumplió esa premisa que dice que la gloria suele ser efímera. En ese verano, siempre en verano, del 2006, el Grupo Reyal decidió abandonar el patrocinio del club alcarreño para patrocinar al Deportivo Guadalajara, al tiempo que acusaba al club en un comunicado oficial mandado a los medios de comunicación de irregularidades laborales en los contratos de los jugadores (por cierto, y con la perspectiva que da el tiempo, esas irregularidades nunca fueron demostradas). Sin su mecenas de los últimos años, el Voley Guada no encontró apoyos suficientes, ni privados ni institucionales, y tuvo que renunciar a la máxima categoría del voleibol nacional para empezar un periplo caracterizado por la supervivencia. Con el trabajo de cantera como exponente y el innegable esfuerzo de su Comisión Gestora y de sus jugadores (un verdadero oasis de optimismo en el deporte profesional, capaces de renunciar a su sueldo por poder jugar en la máxima categoría nacional), el Voley Guada regresó a la Superliga en la campaña 2011/2012, en la que terminó en el octavo puesto para volver a renunciar a la máxima categoría en la temporada siguiente (ahora milita en el grupo de Castilla-La Mancha de la Segunda División). En cualquier caso, su renuncia fue casi un acto poético, ya que su última campaña en la Superliga fue un regalo para todos aquellos jugadores y directivos que habían superado los golpes crueles del destino a base de ascensos en la cancha.

Más tiempo en la élite estuvo la Unión Deportiva Guadalajara Fútbol-Sala, el club de Guadalajara que más campañas ha permanecido en la máxima categoría nacional de su deporte. Fundado en el año 2000, La Unión alcanzó la División de Honor en la campaña 2003/2004 y, tras permanecer únicamente un año en la máxima categoría, regresó a ella en el curso 2005/2006, donde se mantuvo hasta el final de la temporada 2010/2011.

En realidad, la historia de La Unión siempre estuvo marcada por los vaivenes de su gestión (únicamente, y sólo en el aspecto deportivo, se salva la época de Andreu Plaza en el banquillo), aunque no fue hasta la citada temporada 2010/2011 cuando esos problemas se hicieron ya inasumibles. Pese a seguir llevando el nombre de Gestesa en su denominación, la inmobiliaria alcarreña dejó de dar dinero al club presidido por Santiago Ranz, que llegó a acumular más de 200000 euros de deuda. Sus jugadores y técnicos no cobraban y se convirtieron en el primer equipo de toda la historia de la Liga Nacional de Fútbol-Sala que no se presentó a un encuentro de liga, ante el Marfil Santa Coloma, al declararse en huelga por impagos. Colista de la clasificación, su descenso y posterior renuncia a jugar en División de Plata (al año siguiente militó en Segunda División B antes de desaparecer de la categoría) no fue más que el certificado de una macabra realidad económica a la que La Unión había escapado misteriosamente desde hacía ya demasiadas temporadas.   

¿Causas para la maldición?

Ahora, apenas dos años después, es el Deportivo Guadalajara el que también dice adiós, al menos, momentáneamente; a la élite del fútbol profesional español, en la que ha permanecido las dos últimas temporadas tras estar 46 campañas en Tercera División y únicamente 4 en la categoría de bronce. Su descenso, parejo a los casos del Club Baloncesto Guadalajara, el BM Guadalajara, el Gestesa Guadalajara o el Voley Guada; también ha estado marcado por decisiones extradeportivas cuando sus jugadores se habían ganado la salvación en el campo. Es el último ejemplo de la maldición de Guadalajara con el deporte profesional, pero, lejos de que la gente se quede sentada en su sofá lamiéndose las heridas, quizá sea ya el momento de intentar abordar las posibles causas que puedan explicar esta maldición persistente en el tiempo. Seguro que hay varias.

Por un lado, la falta de implicación de las instituciones y de las empresas privadas en los proyectos deportivos alcarreños cuando llegan al profesionalismo. Pese a su cercanía con Madrid y el potente vivero de empresas situadas a lo largo del Corredor del Henares, los equipos deportivos de Guadalajara no encuentran el respaldo económico en forma de patrocinio de empresas fuertes, lo que dificulta al máximo su presencia en la élite de sus deportes en una ciudad que sólo ya por su escaso número de población despierta entendibles dudas en su presencia en el profesionalismo. A ello hay que unir también la política errática llevada a cabo por las instituciones locales, provinciales y regionales en lo que se refiere al mundo del deporte en los últimos veinte años. Un apoyo más nominal que práctico, caracterizado más por una sonrisa para salir en la foto, palmadas en el hombro y buenas y vacías palabras que hechos, que no profundiza en los beneficios turísticos o de pertenencia a una sociedad que pueden tener desde su base los clubes deportivos que llegan a la élite de sus deportes.

Pero, en cualquier caso, las instituciones o las empresas privadas tampoco parecen ser los únicos culpables de una maldición que se mantiene en el tiempo también por la ineptitud de los gestores de esos mismos clubes y de los propios aficionados. No en vano, a nivel organizativo, los dirigentes de los principales equipos de Guadalajara se han encontrado una y otra vez superados por los requerimientos de los organismos profesionales de todos los deportes, quizá verdaderamente injustos, pero de obligado cumplimiento para todos los equipos. Algo que también deben entender los propios aficionados, que, quitando con el Deportivo Guadalajara, el BM Guadalajara y el CB Guadalajara en la década de los noventa, y algunos partidos claves del resto de los conjuntos; nunca han llegado a demostrar con su masiva presencia en los campos o las canchas las virtudes de tener un equipo compitiendo en el deporte profesional. 

Posiblemente, al final del todo, Terrazas lleve razón y Guadalajara sea una ciudad pesimista. Tal vez esa sea la razón principal para que continúe la maldición, nuestra propia teoría de Guttman que nos obliga a ser expulsados una y otra vez del profesionalismo.         

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