La batalla del tiempo


(Foto: EFE/http://www.cadenaser.com/deportes/fotos/zlatan-ibrahimovic-marca-primer-gol-suecia-francia/csrcsrpor/20120619csrcsrdep_5/Ies)

Zlatan Ibrahimovic no lucha por ser el mejor futbolista del mundo, simplemente lucha por ser mejor que él mismo. Salta al campo enfadado y siente que su guerra es de él contra todos. Se pega codazos con los defensas, insulta a su yo interior, desafía con su mirada a los aficionados rivales, contradice con palabrotas las decisiones del colegiado y maldice a sus compañeros cada vez que no recibe un pase en condiciones. Porque, para el delantero sueco de ascendencia balcánica, cada partido es una batalla campal en la que sólo puede haber un ganador: él mismo.

Algunas veces Ibrahimovic desaparece durante muchos minutos en la soledad del delantero centro cuando las distancias entre las posiciones de los jugadores se hacen infinitas. Él odia esa situación profundamente. Porque pese a sus 195 centímetros de altura, Ibracadabra destila calidad desde la cabeza, en su caso, maldita, misteriosa e impenetrable; a los pies. Es genial en el arte de controlar el esférico y orientar el ataque, casi imparable en la conducción al borde del área, talentoso en la asistencia que prácticamente ningún jugador puede ver e inmenso, impredecible, en el regate en espacios mínimos.

Ibrahimovic tiene todas las virtudes ofensivas que un delantero puede tener, incluido el olfato goleador; pero entre todas sus ofrendas al fútbol actual hay una que destaca por encima de todas: su don para vencer la batalla del tiempo y conseguir detenerlo. Porque Ibra convierte en arte cada gol. En una fotografía, su golpeo a puerta. En eternidad, un disparo que dura una milésima de segundo. Como, por ejemplo, su gol de ayer a Francia, el cuadro que sobresale en la sala de trofeos de la primera fase de la Eurocopa 2012.

Porque Ibrahimovic ayer ganó. Sobre todo a él mismo. Como casi siempre.  

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